Publicado el 12/03/99 en Atlántico Diario
La cosa debe ser importante, incluso urgente, porque la ciudad está resquebrajada de arriba abajo, como en una operación a corazón abierto, a vida o muerte. No basta con que se derrumben edificios ---y otros amenacen con hacerlo---, sino que han levantado el asfalto de las principales arterias y la ciudad está al borde del colapso. Algunos dicen que con tanto socavón podían aprovechar para instalar el «metro», y otros ---más pesimistas--- que con lo del gas la ciudad va a ser una bomba. Y, con tantas dificultades para el tráfico rodado, no queda más remedio que recuperar antiguas y sanas costumbres, casi olvidadas para algunos, como es la de caminar y descubrir aspectos que pasan desapercibidos para los que no conocen otro método de desplazarse que no sea el coche.
Nuestra ciudad va creciendo a trompicones y al amparo de los intereses personales de unos cuantos, que en realidad somos todos cuando nos tocan lo nuestro; porque siempre se protesta por los abusos de los demás, que son los malos de la película de todos los días. Es por eso que, la mejora en la red de saneamiento, tiene cierto tinte de símbolo, ya sea para evitar el olor a cloaca o para limpiar de una vez nuestros detritus. Porque la cuestión política no está demasiado clara; la crisis de ciertos bandos es conocida por todos, pero en el resto también la hay, aunque soterrada. Y ahora, próximos a las elecciones municipales, con tanto escarbar, van saliendo a la luz las desaveniencias y lucha de intereses políticos, sin olvidar la lucha individual de algunos por ocupar un puesto, al precio que sea, renunciando a lo que antes defendieron y representaron ---¿añoran el poder o será que en esos puestos disfrutan de secretos placeres y privilegios?--- Seguro que la excavación no será tan profunda como para que lleguemos a saberlo todo ---ya se ocuparán de ello---, porque debe haber tantas cosas extrañas en el fondo que, sin duda alguna, lo mejor será continuar ignorándolas.
Lo cierto es que caminando se llega antes a los sitios, y uno se encuentra con viejos amigos y conocidos que antes sólo alcanzaba a saludar desde la ventanilla del coche, durante la interminable espera de un semáforo. Y la ciudad se observa desde otra perpectiva, más humana, y hasta parece distinta, como cuando viajamos, que nos quedamos mirándolo todo, descubriendo calles y plazas por donde hacía tiempo no pasábamos. Y, casi sin darnos cuenta, nuestra vida se va acomodando, como pasa siempre en casi todos los ordenes, por eso, aprovechando las circunstancias, no sería descabellado fomentar un poco más el desplazamiento a pie, como antes; porque nadie duda que el progreso traiga consigo avances y comodidades, pero, en ocasiones, a costa de perder antiguos placeres y buenas costumbres como es el paseo.
Nuestro rey Alfonso XII era muy aficionado a pasear de noche por las calles del Madrid antiguo, a finales del pasado siglo, en una época donde la delincuencia ciudadana y los problemas de tráfico todavía no eran tan agobiantes como ahora. Las callejuelas de aquel entonces formaban un gran laberinto y, el rey, se acabó perdiendo en su vuelta a casa. No se le ocurrió otra cosa que preguntarle a una persona, y, el ciudadano, anónimo e ignorante de la identidad del interlocutor, lo guió personalmente. Cuando ya se veía el Palacio de Oriente, Alfonso XII, agradeció la amabilidad y tendiéndole la mano le dijo: «soy Alfonso XII y allí tiene usted su casa». A lo que respondió el otro: «pues yo soy Pío Nono y en el Vaticano tiene usted la suya».