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Amazonas

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Publicado el 28/04/99 en Atlántico Diario

Antaño, la mujer estaba relegada exclusivamente a las tareas domésticas, al servicio del dueño y señor de ese castillo familiar llamado hogar. Sin embargo, la integración de la mujer en todos los ordenes de la vida es un hecho innegable, guste o no, y los partidos políticos, al igual que otros estamentos sociales, lo saben y utilizan ---basta echar una ojeada a las listas electorales para darse cuenta---. Y es que los tiempos de la mujer sometida y discriminada están llegando al final, aunque falta, todavía, la última vuelta de tuerca, ese giro necesario que los legisladores no parecen dispuestos a dar. Y me pregunto si esto obedece a algún tipo de estrategia política o si, en el fondo, es el miedo a una sociedad matriarcal.

Porque el hombre siempre tuvo miedo a una sociedad dirigida por mujeres, a una estructura femenina de la sociedad, tal como ocurría en la leyenda de las amazonas, leyenda estrechamente vinculada con la conquista de América. En aquel entonces tuvieron una especial influencia los libros de viajes y las novelas de caballerías, y cobraban especial relieve las que hablaban de lugares paradisíacos ubicados en lo que podría haber sido el Paraíso Terrenal. Una de estas localizaciones era la Isla de Santa Cruz (actualmente California, uno de los estados más prósperos y extensos de Estados Unidos). Se hablaba de una tierra habitada sólo por mujeres; bellísimas y belicosas mujeres de raza negra que peleaban a la jineta protegiendo inimaginables riquezas. Una sociedad de mujeres donde la única relación con los hombres era la necesaria para procrear, de tal modo que los sometían y yacían con ellos. Pero como el verdadero propósito era engendrar más mujeres, que no varones, se deshacían de ellos nada más nacer. Esta leyenda, tomada por verdadera allá por el siglo XVI, se extendió a todo el sur del continente americano, y se ubicaba principalmente en las selvas de los ríos Orinoco y Amazonas, donde se suponía estaba el tan anhelado El Dorado, quimera que costó la vida a muchos aventureros y conquistadores.

Pero la leyenda de las amazonas era eso, una leyenda, una historia imaginada que daba lugar a un temor infundado y desmedido, algo no debiera tener cabida en un mundo racionalista como el nuestro. Porque ahora vivimos en una época de progreso, con ventajas e inconvenientes, y cuánto más en una sociedad de consumo como la nuestra, cada día más cercana al modelo norteamericano. Quizá por esto, con unas libertades impensables hace tan solo veinticinco años, la mujer trabaja fuera de su hogar, lucha para que se respete su propia opinión ---que siempre la tuvo---, e incluso va ganando terreno en una contienda difícil, y hasta ahora reservada a los hombres, como es la política.

Sin embargo, el vilipendio sufrido por las mujeres a lo largo de la historia, hace que estas sean desconfiadas con respeto a los hombres. Y al hombre le pasa lo mismo con ellas; que no por maltratos y desprecios, sino por miedo a su fuerza interior, a una férrea voluntad templada a costa de golpes y sinsabores, en silencio, en franca desventaja física, aunque no moral; porque la razón de la fuerza física es la pérdida de la razón moral, de los argumentos del intelecto. Por eso, el hombre desconfía de la venganza femenina y le cierra el paso, en una batalla perdida de antemano, porque ellas cuentan con un arma poderosa que es la razón.

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Autor: Julio Alonso Pérez
Enviado por webalia - 28/04/2001
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