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Los tres encuentros

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Leer detenidamente este increíble poema de José Echegaray (1832-1916), te hace pensar y reflexionar sobre la actitud ante la muerte que tomamos en las distintas etapas de la vida. Estas quedan perfectamente reflejadas en cada uno de los encuentros. Mañana e infancia: miedo y huida; madurez y mediodía: indiferencia, distancia; vejez, noche y luna: mirarse frente a frente, proximidad. Y lo mejor de todo: La Sed. La sed por la vida. Aparece en la infancia y en la juventud, parece desaparecer en la madurez, y en la vejez vuelve aún con más intensidad, con más necesidad y apremio que en la infancia ("... y aún no sacia el agua fría sed atrasada y ardiente...). Hay mucho que aprender de este poema, en especial cuando lo lees por tercera, cuarta, quinta... vez. La mejor conclusión, tenemos que beber mientras podamos, que novedad ¿verdad? ("Oled las rosas mientras podáis... "). Tenemos que beber mientras tengamos agua, aún sin tener sed. Sorbos lentos, sin prisas, o algún atracón, que no es malo si el agua es fría. El agua no hay que buscarla, siempre la tenemos cerca, muy cerca. El agua es SÓLO... la Vida.

Primer encuentro

Un niño de tersa frente
y la muerte carcomida,
en la senda de la vida
y en el borde de una fuente,
por su bien o por su mal
una mañana se hallaron
y sedientos se inclinaron
sobre el líquido cristal.

Se inclinaron, y en la esfera
cristalina vióse al punto
de un niño el rostro muy junto
a una seca calavera.
La Muerte dijo: "¡Qué hermoso!"
-"¡Que horrible!"-el niño pensó;
bebió aprisa y se escapó
por el bosque presuroso.

Segundo encuentro

Pasó el tiempo, y cierto día,
ya el sol en toda su altura,
en la misma fuente pura
bebieron en compañía,
por su bien o por su daño
la Muerte y un hombre fuerte;
la de siempre era la muerte;
el hombre el niño de antaño.

Como vióse de los dos
la imagen en el cristal
con la luz matutinal
que manda a los mundos Dios,
la del hombre, áspera tez,
y la imagen hosca y fiera
de su helada compañera,
se pintaron esta vez.

Bajo el agua limpia y fría
sus reflejos observaron:
como entonces se miraron
se miraron todavía.
Ella dijo no sé qué
señalando hacia el espejo.
Él murmuró: "¡Pobre viejo!",
bebió despacio y se fue.


Tercer encuentro

Cae la tarde; el sol anega
en pardas nubes su luz;
envuelta en negro capuz
medrosa la noche llega.

Dos sombras van a la fuente,
las dos beben a porfía,
y aún no sacia el agua fría
sed atrasada y ardiente.

Se miran y no se ven;
pero pronto por fortuna
subirá al cielo la luna
y podrán mirarse bien.

Al fin su luz transparente
el espacio iluminó,
y en espejo convirtió
los cristales de la fuente.

Y eran las dos sombras ideales,
bajo el agua sumergidas,
de tal modo parecidas,
que al partir las sombras reales
de sus destinos en pos,
o por darse mala maña,
o por confusión extraña,
cada sombra de las dos
tomó en el líquido espejo
lo primero que encontróse,
y, sin notarlo, llevóse
de la otra sombra el reflejo.

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Autor: José Echegaray
Enviado por sunshine2 - 29/01/2002
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