Estaba amaneciendo, y mi oscura vestimenta contrastaba con el cada vez más claro cielo. Caminaba con mi ramo de rosas hacia el cementerio, con el fin de visitar a mi abuela. Había pasado ya un largo rato cuando levanté la vista y vi a un chico, uno o dos años mayor que yo, llorando frente a una tumba.
”Lo siento” -le dije.
- ”Mas lo siento yo” -contestó.
Hubo un eterno silencio, y de pronto, el chico comenzó a contar:
- ”Él era mi padre. ¿Qué puedo decir de él? Solo cosas buenas, cosas de un hombre que vivió en un país en el que sus gentes están enfrentadas por el odio causado por unos pocos. Él, a través de sus gestos, sus discursos, sus acciones intentaba restablecer la paz entre nosotros, pero algunos le confundieron con el enemigo, y cegados por el odio lo acribillaron a balazos. ¿Qué había hecho? Lo mismo que sus compañeros: reclamar un derecho universal: la paz. No fue el único que lo intentó, ni el último, y muchos lo intentaran, pero en este país la voz de unos pocos no es suficiente, pero la unión de todos, algo hará. Puedo pedir la paz para mi país, pero a la vez la tengo que pedir para el resto de países del La única paz que veo es que nuestro interior este tranquilo y en armonía, y que eso se refleje en nuestras acciones, aun estando en un medio algo hostil para ello. He vivido demasiados momentos importantes en tan poco tiempo no sé ordenar bien mis ideas, pero si algo tengo claro, es que nadie ahogara mi voz cuando grite por la paz.”
Silencio de nuevo. Mi llanto rompió ese silencio.
- ”No llores” -me dijo- “llora cuando veas odio en los ojos de una persona, cuando veas que alguien está en guerra consigo mismo, pero no llores la muerte de alguien asesinado; así solo conseguirás la sonrisa de su asesino. Guarda tus lágrimas y tu odio y apoya la paz con el silencio, aunque de fondo oigas el sonido de las balas.”
Pasaron los años y el asesino fue capturado y encarcelado junto con su mujer, y su hija llevada a un orfanato. El chico fue a visitar al hombre que acabo con la vida de su padre, y en su mirada vio tristeza:
- ”Mi hija esta sola en un orfanato” -dijo el preso.
- ”Lo sé, sé lo que es perder a un padre”
El asesino, después de que el joven se hubiese ido, cayó en la cuenta de que aquel era el niñito rubio que vio junto al cadáver que yacía en el suelo aquella mañana de octubre.
Meses después de aquella visita, el preso recibió una llamada del joven:
- ”Es una niña muy espabilada, va creciendo y a la vez distinguiendo entre lo bueno y lo malo pero además ya conoce y pone en practica los valores de paz y respeto, la serenidad y la tranquilidad de sus ojos me lo indican.”
El chico colgó.
- ”Gracias” -susurro el preso.