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El árbol

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Jodie miró por la ventana, estaba lloviendo. Se dio cuenta que era un día extraño, nada parecía normal, tan sólo aquel árbol. aquel viejo árbol de más de cien años. Nunca se había fijado en él y eso que ya hacía diez años de su estancia en aquella casa.

Cuando llegó por primera vez a Nueva York tuvo la suerte de encontrar aquel piso. Fue el primero que visitó y nada más verlo supo que viviría allí por el resto de su vida. Entonces si se fijó en el árbol, allí plantado, rodeado de más árboles, aunque él era especial, no sabía muy bien por qué, pero lo era.

Ahora, tras estar mirándolo durante veinte minutos, supo lo que era. No era su magnificencia, ni su gran tronco, ni sus verdes hojas..., era todo en general. Parecía como si aquel árbol supiera lo que pasaba por las mentes de las personas que lo miraban. Es decir, era claro que se producía una especie de magnetismo entre él y la gente que se le acercaba.

Aunque llovía mucho, decidió salir a la calle. Se acercó a el objetivo que hasta ese instante no dejaba de estar presente en su mente, y le tocó. Sintió como se estremecía, como temblaba, como el corazón de aquel árbol latía con gran rapidez. Asustada, retiró la mano.

Hacía mucho tiempo que no tenía aquella sensación. Era como tocar a aquel ser amado al cual querías salvar y no podías; como estar atado de pies y manos, y verle morir sin poder hacer nada.

Lo mismo sintió cuando, a los veinte años, vio como su mejor amiga moría en el hospital, tras estar dos semanas enchufada a una serie de aparatos, no hacían otra cosa que hacerla parecer un ser salido de una película de ciencia ficción, y no la chica divertida y simpática que había conocido hacía años. Se llamaba Samanta, aunque todo el mundo la llamaba Sam.

Jodie y su familia se habían trasladado a aquella ciudad, después de haber pasado casi toda su vida en Idaho. Era una ciudad ni muy grande, ni muy pequeña; la gente no era ni muy agradable, ni muy desagradable. Todo allí era normal, nada se salía de las normas establecidas, nada.

Al poco tiempo de su llegada, Jodie ya tenía muchos amigos y amigas, aunque sentía un especial cariño por una persona en especial. Ésta era muy tímida, tanto que aunque salían en grupo, ella siempre iba por detrás, como si le diese miedo relacionarse con los demás...; aunque cuando cogía confianza con alguien, podía ser muy simpática y divertida. Por otro lado, no hablaba mucho, cosa que no gustaba al resto de la pandilla, ya que decían que era signo de aburrimiento, pero Jodie sabía que no era por eso. Realmente, lo que hacía era observar cada movimiento, cada gesto y cada acto. Era como si grabase todos aquellos cambios, que se producían a su alrededor, en su mente para luego analizarlos. Eso nadie lo entendía, así que prefirió guardarle su secreto, como si fuera suyo.

Poco a poco se fueron haciendo amigas, aunque su amistad nunca llegó a ser común. Eran de ese tipo de amigas las cuales no necesitan hablar para comunicarse, ni tocarse para saber que en cualquier momento estarían una al lado de la otra. No eran de las que se intercambiaban la ropa o pasaban las noches una en casa de otra. No necesitaban hacer esto para conocerse. Todo lo sabían, la una de la otra, aunque no se solían contar sus secretos más íntimos, pero de un modo u otro lo sabían. Su amistad era tan fuerte que nada las podía separar, ni chicos, ni envidias, ni celos,..., excepto la muerte.

La verdad es que, nunca se habían planteado el hecho de que algún día alguna de ellas no estaría al lado de la otra. Pensaban crecer juntas y mantener su relación, ya estuviesen en distintas ciudades, países e incluso continentes.

También hay que contar que eran totalmente opuestas. Sam era de estatura media, con ojos verdes y pelo pelirrojo; su relación con los chicos era inocente, lo que le permitía tratarlos con confianza y de una forma natural. Mientras que Jodie era alta, con ojos negros y un hermosos pelo del mismo color, el cual lo solía llevar recogido en una coleta; era más superficial con la gente y en cuestión de chicos, era la más deseada. Había muchas más diferencias entre ellas, como su forma de vestir, andar, sentarse,..., que en vez de ser un entedimento eran elementos que afianzaban la amistad entre ambas.

Solían salir juntas por la noche, pero aquel día Jodie no tuvo ganas. Fue algo muy raro, ya que nunca se había negado a ello. Algo extraño se extendió por el ambiente, lo cual le causó temor, reflejándose en un escalofrío que le recorría toda la espalda. Sam también lo sintió, pero no le dio importancia, así que se fue. Se fue con un simple "Adiós!".

Si la gente supiese el momento exacto de su muerte, ¿cuales serían sus últimas palabras?..., ¿Adiós?. No lo se, quizás nadie sabría como decir todo lo que se siente en tan poco tiempo.

Tras el accidente y posterior muerte de Sam, Jodie no volvió a ser la misma. Cambió tanto que ni su familia, ni sus amigos la reconocían.

Por eso se fue a Nueva York, para apartarse de los recuerdos, alejarse de aquella soledad y amargura que la invadía cada vez que sentía la ausencia de Sam.

Aquel árbol, aquel magnífico árbol le había devuelto el recuerdo de su gran amiga. Lo miró y volvió a tocarlo, aunque esta vez no sintió su corazón, ni cómo se estremecía, sintió como la tranquilidad lo embargaba y cómo deseaba ser abrazado. Y lo hizo, y no le importaron las miradas de las personas anónimas que pasaban por su lado, porque al acercar su oído al tronco pudo oír todo aquello que quiso decirle a Sam antes de su muerte, todo aquello que la gente quiere expresar con palabras y no puede, o simplemente no sabe. Y lloró.

A partir de aquel día, nada volvió a ser igual. Jodie volvió a recuperar el trozo de su ser que le faltaba. El hueco dejado por Sam fue llenado por aquel árbol, aquel viejo árbol de más de cien años.

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Autor: Aitr
Enviado por webalia - 30/09/2001
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