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¿Qué sucedió?

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Entre las montañas se veía asomar el amanecer, de un naranja intenso que poco a poco iba perdiendo fuerza hasta descubrir un brillante sol, amenazante y orgulloso. El mirarlo suponía un gran esfuerzo, porque sus poderosos rayos eran cegadores aunque de una calidez nunca antes percibida. Finalmente y con gran disgusto, optó por desviar la mirada, a pesar de que la nueva realidad que se presentaba ante ellos fuera menos cálida y gratificante.

Sus manos, sus manos ensangrentadas eran ahora las que ocupaban el espacio ocular. ¿De dónde venía esta sangre?. Suya no era, ya que no sentía dolor físico, pero debía ser de alguien muy cercano a ella ya que sentía un agudo pinchazo de dolor atravesando sus entrañas que le impedía respirar. Miró a su alrededor y descubrió una habitación cuyo color originario había sido el blanco, y que ahora mostraba grandes zonas rojizas y rosadas reflejo de algún suceso ocurrido. Las dos sillas de la estancia estaban tiradas a ambos lados de una mesa camilla, situada frente a un gran ventanal. ¿Algo más?. Si, un cuerpo inerte justo a sus pies, con claros signos de violencia. En un principio no pudo distinguir el rostro de aquel sujeto, por lo cual se inclinó hacia él para retirarle el pelo de la cara y descubrir, con horror, que aquello no era otra cosa que su propio cuerpo.

Salió de esa pesadilla corriendo, sin ver realmente hacia dónde se dirigía. Todo su interés era alejarse de allí, y borrar de su ser todo lo que la vinculase con lo que allí había sucedido. No sabe cuanto tiempo estuvo corriendo, sólo recordaba el paso de figuras humanas, la circulación de coches, los ruidos sordos y los olores inodoros. Finalmente paró, abrió los ojos, cerrados durante la huída, y volvió a descubrir, delante de si, sus manos ensangrentadas. Pero esta vez ya no se encontraba en aquella habitación, sino en una especie de establo sin animales. Volvió a mirar a su alrededor deseando descubrir algo, sin importarle el qué.

Anduvo de acá para allá sin sentido, sin tocar nada y casi sin hacer ruido. Buscaba algo que le sirviese para descubrir y entender lo que estaba pasando... . Vio un cubo con agua, el cual aprovechó para limpiarse la sangre e intentar, con la frescura del vital líquido, borrar la sensación de angustia y terror que seguía sintiendo. Tras secarse, alargó su brazo en busca de un espejo, que estaba colgado en la pared, y se lo acercó al rostro. Lo que allí vio reflejado no era su rostro, sino otro que, aunque compartía los mismos rasgos, encubría tras personalidad visible a través de sus ojos. Se tocó el torso, las piernas, los brazos y la cabeza, comprobando posibles heridas o cambios, señales que le indicasen alguna transformación. No sintió nada raro, o por lo menos no lo suficiente como para suponer una alarma. Recordaba su nombre, recordaba un pasado, imágenes tan claras que presuponían su realismo y veracidad, pero no pudo recuperar aquellas que explicasen lo que había pasado aquella mañana. A la mente le vinieron sensaciones rutinarias, vividas a la hora de levantarse: el ruido del despertador, la pesadez corporal, el sabor pastoso en la boca, la sensación de incontinencia urinaria y el deseo de sentir el agua caliente en la cara y todo el cuerpo. El sabor del primer café y las tostadas, y el frescor de la pasta de dientes antes del primer cigarro del día. El contacto frío del pomo de la puerta y las llaves, y la sensación flexible del asiento del coche, que facilita el viaje hasta el lugar de trabajo. Después de estos recuerdos, su mente se bloqueó, dando paso a una oscuridad intensa y profunda que la obligó a desviar la mirada y, de esta forma, a eliminar la acción de recordar.

¿Qué pasó entre esos momentos matutinos y el instante en que se encontró en aquella infernal habitación?. Quizás lo importante de aquello ya no fuera el saber qué había sucedido, sino quién era ahora ella. Sabía que, aunque existían esas imágenes del pasado recordadas y aceptadas como propias, había un suceso olvidado causante del desdoblamiento entre el antiguo "yo" y el nuevo. Tenía la certeza de que ya no disfrutaría como antes de las sensaciones hasta entonces cotidianas, aunque se veía capaz de adaptarse a su nueva situación, porque estaba cansada de correr. Había hecho morir la persona que era, por la sencilla razón de que no la aguantaba más. No sentía su visión del mundo, su utopía perpetua, su inocencia prolongada, su entusiasmo desmesurado. Por eso la había hecho desaparecer..., ahora lo recordaba. Sucedió en un instante, en un momento concreto, en aquel en que descubrió que llevaba en su seno una posible vida nueva. ¿Ahora qué?. Vivir, sólo quedaba eso. Seguir hacia delante, sin temores y con ansias de crear nuevas ilusiones, intereses y deseos de avanzar, aunque ahora ya no estaba sola.

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Autor: A.I.T.R.
Enviado por webalia - 25/06/2001
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